Cómo decir cuánto te admiraba, cuánto te esperaba. En el momento en que apareciste mis ojos brillaron con tu luz casi como un reflejo de tu esencia, así como una criatura se sorprende con un regalo sorpresa, así quedé obnubilada por tu belleza. Quería ser testigo de tu vida, no quería dejar de contemplarte. Deseaba conocer el motor de tu energía. Tu futuro inminente solo estaría en mi memoria.
Tu vida nació aquella noche despejada, silenciosa, abierta. Esa noche en que yo solo quería encerrarme en mi para encontrar aquella respuesta que guiaría mi vida. Y así fue que emprendiste tu viaje. Serías mi guía, serías aquello que me recordaría que Dios es más grande que cualquier duda, que cualquier proyecto, que cualquier camino. El es mi principio y mi fin, y tu misión en tu fugaz, pero intensa vida, no era otra que recordarme aquello.
Y así esa luz incandescente se apagó para nunca más volver a brillar, la misión ya consumada, la vida ya vivida, y la muerte aparecía.
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