Pienso, Porque Existo

En los momentos en que uno menos necesita, siempre aparece la mente que reacciona como uno menos espera. Son esas cosas que evitamos constantemente las que opacan nuestra razón y estorban los pensamientos y sentimientos, y quieren gritar en todos los sentidos posibles aquello que el silencio más profundo no pudo callar.

Es una ley. Tan simple como que cada amanecer trae la luz al mundo. Tan cierto como que la luna alumbra la noche. Los pensamientos del tiempo libre viajan tan rápido como la nave espacial que viaja de un planeta al otro, o como el sonido recorre distancias enormes en tiempos casi inexistentes.

 Apenas cinco minutos de silencio interior, y eso que deseábamos evitar sale a buscar su amanecer. Necesitan caer y tocar el fondo de nuestra locura para liberar toda su fuerza y provocar la catarsis que desata nuestra sensatez, que provoca nuestras reacciones y gira nuestra forma de ver la vida.

Entonces ya no necesitamos esconderlo. La situación que ocultábamos renace en otra que buscamos, se convierte en el objetivo a cumplir, una meta que busca su alcance, su llegada, su carrera.

No hay que tener miedo a sufrir pensando. Hay que buscar la forma de transformar los pensamientos dolorosos en acciones sanadoras. Hay que quitarse las ganas de pensar de una manera inigualable; pensando. Pero pensando en qué hacer para dejar de pensar, o cómo hacer para cambiar eso que repetíamos y que nos hacía reflexionar sobre lo mal que estábamos. No. No estábamos mal, estábamos buscando. Buscábamos esas cosas que nos mejoran, que nos impulsan a ser grandes. A tener buen corazón. Sí, porque si en eso que nos detenemos lastimamos a alguien, no vale la pena perder el tiempo.

Tenemos que ser valientes y buscar lo bueno. Si buscamos lo malo, encontramos lo peor, y a su vez, seremos unos cobardes. Porque lo malo es más fácil, más sencillo y es más alcanzable. Animémonos a ser valientes. Busquemos lo bueno. Encontraremos lo mejor.